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Relato basado en hechos reales

 

El de 2004 fue un caluroso verano. Lo fue especialmente sobre el asfalto de Madrid y para Irene, debido a su avanzado estado de gestación. La sala de espera de los juzgados se encuentra desprovista de asientos y, aunque los policías que acompañan a la embarazada, junto al resto de testigos, se esfuerzan por encontrar acomodo a la joven, no lo logran hasta pasadas varias horas. Todos esperan a ser llamados a la sala de vistas desde las 8 de la mañana. El sol de mediodía hace que fuera las sombras desaparezcan y en el interior el aire acondicionado sea el exasperado protagonista.

También pasaba el mediodía de la primavera de 2001 cuando, muy cerca del juzgado de lo penal, en Julian Camarillo 50, los trabajadores de una obra se disponían a irse a almorzar. El silencio se puede escuchar, lo dicen los expertos afinando la paradoja. Al menos el que sucedió al ruido del fuerte impacto procedente de la obra. El andamio que minutos antes se erguía frente a la obra, como un árbol alpino se pega a la roca, se había desplomado provocando todo el estruendo del mundo. Cuando el polvo comenzó a disiparse, los obreros descubrieron a dos de sus compañeros aplastados entre la amalgama de restos, cascotes y hierros retorcidos. Eran conscientes que de poco serviría avisar a los servicios de emergencias para salvarles. Efectivamente. A la llegada del Samur, el personal de emergencia solo pudo certificar el fallecimiento de los dos trabajadores. Como una bandera, la mancha roja en la fachada tres metros más arriba, se había convertido en el oráculo que auguraba la brutalidad con la que había sucedido el accidente.

 

Los policías mostraron con orgullo el asiento conseguido después de recorrer todo el juzgado. Se lo ofrecieron justo en el momento en el que la joven técnico PRL era llamada a declarar a la sala de vistas.. Antes de empezar el interrogatorio la mirada de Irene se perdía a través de la ventana de la sala, seis manzanas hacia el norte. Hacia el lugar en el que 3 años antes había comenzado todo.

JULIÁN CAMARILLO

Tras el accidente había recorrido durante dos días el interior de la obra y la fachada de Julian Camarillo 50; examinando los restos del siniestro, investigando los hechos para cumplir con su encargo como técnico de prevención. No hay nada más infausto que el silencio provocado y la soledad de los espacios donde debiera reinar el bullicio. No parecía muy difícil determinar lo que había sucedido. El día anterior los trabajadores habían comenzado las tareas de desmontaje de la plataforma. Ya habían retirado la parte de arriba. Una mala maniobra, un descuido, quizá una mala manipulación. La plataforma se elevó y “liberada” de los topes y la seguridad de la parte superior y se precipitó al vacío con los trabajadores sobre ella. La joven casi pudo revivir el momento mientras tomaba notas sobre su carpeta.

Alguien pidió silencio e Irene regresó de improviso a la sala de vistas. Comenzaba el tercer grado.

Dibujo de una mujer siendo interrogada

El servicio de prevención para el que trabajaba había sido el encargado de hacer la evaluación de riesgos laborales de la empresa. A la joven técnico se le encomendó la tarea de averiguar lo ocurrido con el andamio. Ella pudo comprobar que el andamio en si mismo cumplia con las medidas de seguridad. La mala praxis del oficial se sustanció como principal causa de lo sucedido. Había tratado de permanecer ajena, distante, que su análisis fuese meticulosamente quirúrgico y así procedió. Pero, durante el “tercer grado” al que le sometió el tribunal, revivía lo ocurrido como si todo hubiera sucedido ayer.

Tres años antes, Irene, meticulosa, había hecho oídos sordos a los escabrosos comentarios de los testigos. En sus visitas a Julian Camarillo 50 ansiaba siempre la presencia de otras personas. No sentía ningún miedo pero odiaba el silencio que se había cernido sobre el lugar. La zona parecía incluso aislada del tráfico. Como si el resto del universo hubiera acotado el lugar y conjurado el ruido para poder ser venerado.

UN MUNDO SEGURO

Cuando no son fallos mecánicos, físicos, meteorológicos…, cuando nada de todo esto influye en un siniestro, las miradas de los jueces se dirigen de forma instintiva a las personas, pues la mala fortuna no existe en PRL. El sistema debe establecer los mecanismos para garantizar un mundo seguro, una burbuja aislada en la que la mala fortuna no puede operar. Pero son tantas las variables que dependen de la conducta humana que es entonces cuando el concepto y significado de cultura preventiva cobra sentido.

Irene hacía las veces de testigo, experto. Sólo debía aportar su valoración técnica. Aun así pudo sentir cómo las miradas de todos se clavaban en su nuca, mientras el tribunal, inquisitivo, juzgaba su capacidad para realizar su trabajo, a veces ajeno al carácter técnico de su peritaje. Pero ella mantuvo el tipo, pudo con la pasión y los recuerdos, con el silencio de la obra 3 años atrás, con la mancha de sangre en la fachada y únicamente se remitió a la valoración técnica de su revisión del andamio.

En el proceso, fueron imputadas 10 personas. Entre ellos el promotor de la obra, el coordinador de seguridad y salud, la empresa contratista, el gerente de la empresa, el responsable del trabajo (mando intermedio de la empresa). En octubre de 2009 se dictó sentencia según la cual se condenaba a ingresar en prisión a cuatro imputados. Entre ellos al empresario, dos arquitectos y al coordinador de seguridad y salud de la obra.

Era la primera vez que en España se dictaba orden de ingreso en prisión con fecha para hacerse efectiva por un delito de este tipo.
Poco después, tras los recursos, la condena sería revocada.